Son múltiples las máscaras que he fabricado y usado en los últimos 14 meses. Ojalá hubiesen sido de Carnaval.
Desde la máscara del «nah, estoy bien» a la del «me gusta mi vida» pasando por el «sí, bueno… no estamos mal» y el «ahí vamos».
Y ni estaba bien, ni iba la cosa ni, por supuesto, me gustaba mi vida. Cuatro mudanzas en un año no se las deseo ni a Rajoy o Trump.
Bueno, a ellos sí. Qué sufran, qué coño.
Cuando moría el verano, con los pies enterrados en la arena de Zahara, se me cayó la penúltima máscara. Parece que siempre hay que elevarse un poco…
… para ver al Sol dorar las nubes.
También os digo que cuatro mudanzas con la ayuda de mi padre, Doctor Honoris Causa en Mudanzas, Portes y Trasiegos, se hacen hasta ligeras.
Y que el cariño de mi madre lo cura to.
Y que ver feliz a mi hermana y mi cuñao me hace feliz a mí, especialmente cuando el origen es una gordita sonriente que ya quiere andar y hablar.
Y que con las amistades que tengo, aunque disfrutarlas requiera un vuelo a Londres, el sol brilla hasta en Trafalgar Square.
Me quito la última máscara diciendo «hasta luego». Me expondré a riesgos que no quiero nombrar; pero a cambio me empaparé de ritmos latinos, de gente, de culturas.
Al final va a ser que este perro solo es siervo de ese Rey que es su persona.
Despegamos…