Cojámola suave, mami, como buenos costeños. Cojámola suave, que la vida es pa vivirla.

El retiro espiritual en Minca terminó en el mismo momento en que Orlando, el anunciante de una oportunidad de voluntariado «cerca de Santa Marta», me contactó diciéndome que me esperaba. Me dio las indicaciones para llegar, así que volví al mercado de Santa Marta y allí tomé el bus a Palomino, que pasaba por el famoso Parque Tayrona y por Buritaca. Este era mi destino.

Las instrucciones decían que tenía que bajarme a la entrada del pueblo y tomar una moto-taxi hasta Las Cabañas, que le dijese al moto-taxista que «donde Orlando». Eso ya me dio pistas. No iba precisamente a una Metrópolis.

Efectivamente, cuando uno lo busca en Google Maps no ve ni rastro de civilización. Buritaca se encuentra en un lugar privilegiado de Colombia: al oeste el Tayrona, al este la Guajira, al norte el Caribe colombiano y al sur, Sierra Nevada de Santa Marta.

Es más, cuando llegas no te dan la bienvenida al Caribe, sino a «la sierrita». Y es que las montañas mueren en el mar creando paisajes muy particulares, un clima distinto al del resto de la costa y esa bellísima sensación de ver el mar frente a ti y una enorme cordillera detrás. Sin exageración alguna al usar aquí el adjetivo «enorme», pues el siempre nevado pico Cristóbal Colón, visible desde la costa en días soleados, se alza ni más ni menos que 5.776 metros sobre el nivel de la playa desde la que este juntaletras lo observaba cada mañana, ensimismao.

Pues siguiendo las instrucciones de Orlando me bajé en la entrada del pueblo, que no era sino la primera de una serie de casas junto a la carretera 90 a lo largo de poco más de 500 metros. Eso era «el pueblo». En cuestión de segundos me asaltó un moto-taxista ofreciéndose a llevarme, le dije «voy a Las Cabañas, donde Orlando» y me dijo «hágale pues». Fácil. O eso pensaba yo hasta que entendí que iba a subirme a una moto con mi mochilaca colgando, el ukelele en una mano, la riñonera de lao, sin casco y rezándole al Cristo de los Gitanos por llegar de una pieza.

Spoiler: llegué.

Como se ve en la foto anterior, Las Cabañas es un mini pueblito que han montao junto a la desembocadura del Río Buritaca.

En total, lo que hay es: un campo de fútbol, un billar, 3 restaurantes, varios hostales y unas cuantas casas. Y el río, claro. Y la playa. ¿Pa qué más, mami? pa qué más.

La moto me dejó aquí:

Esa suerte de hostal / hogar que tiene Orlando, con árboles bananeros, aguacates, un intrépido guanábano y un gigantesco mango que da sombra al patio y, cada tanto, dejaba caer un manguito dulce para mi goce extremo.

Tras recibirme Orlando y darme de comer, me presentó a su familia (su mujer María y su hijo Mati) y los voluntarios que ya estaban allí. Con ellos me fui a ver el río y las playas y…

… pues eso, mi primera playa caribeña. Que aquí to dios ha ido a Punta Cana pero yo nunca había visto una playa caribeña, ¿vale?

No solo eso. Es que el sol empezó a ir yéndose y, junto con las nubes, creaba colores irreales. A la cámara del Xiaomi no le daba pa captarlo en condiciones.

Aquí, al volver, nos paramos un rato. Ese es el río Buritaca, justo a nuestras espaldas estaba el mar, a nuestra derecha el río desemboca. Lo más gracioso de todo es que hay que cruzar el río para llegar a Buritaca, con el agua por la cintura. Y, aunque estaba nublado, ya se intuían al fondo las formas de Sierra Nevada.

Por cierto, si a estas alturas alguien está pensando «cuchi qué casualidad, Sierra Nevada, como la de Granada», quizás es porque no tenemos ni *&’ç%a idea de la historia de Latinoamérica. Colombia, antes de llamarse Colombia, se llamaba «Nueva Granada». Ay, amigo. Ya no parece tanta casualidad.

Mi primer día en Buritaca todavía me tenía preparada una sorpresa: EL EVENTO DEPORTIVO DEL AÑO. La final del campeonato de fútbol. De Buritaca. Ojo cuidao…

El partido fue soso, los chavales le echaban ganas pero faltaba intención, fundamentos… vaya que nos tomamos unos frutos secos y una cerveza más contentos que na. Lo mejor, sin duda: las echuras del linier.

Una metáfora de cómo se toman la vida los costeños, pero esto todavía no lo sabía yo.

Las últimas curiosidades del día fueron llegando conforme fui descubriendo las infraestructuras costeñas. Por ejemplo, la ducha:

Sí, es un tubo. Concretamente un tubo conectado a un depósito de 1000 litros que había encima de la casa. Ese depósito se llena a mano activando una bomba eléctrica que bombea el agua que llega a ras de suelo a las casas.

Si el depósito se vacia y nadie se ha acordado de bombear… pues no hay agua. Fácil. Así es la vida en la costa.

Los siguientes días consistieron básicamente en:

  • 07:30 – Levantarse. Limpiar el patio, las hojas del suelo, la cocina,…
  • 08:00 – Preparar el desayuno. Hacer las arepas, cortar la fruta, cocinar los huevos, cocer el cacao, calentar el café. Un ritual.

Espera, inciso. Hacer las arepas. Yo estaba ya hasta el Ohio de arepas en Medellín, las odiaba. No las entendía (sigo sin entenderlas), son secas e insípidas. Ahora… nada como hacerlas en casa y echarle quesito costeño a la mezcla. Ay, mami…

Las arepas son básicamente masa de maíz seco molido (o harina de maíz precocida en su versión moderna) con agua, sal y aceite. En ocasiones, como en la foto anterior puede verse, se le añade queso. Nosotros usábamos queso costeño, de olor intenso. Pues nada, te untas aceite en las manos y…

… ¡a amasar!

Llegado un punto la masa se vuelve maleable, entonces se hacen discos y del tirón a la plancha.

Un doraíto y al plato.

Un cacao casero (hecho por Orlando con cacao de la sierra), su poquito de piña, papaya, huevos revueltos y las arepas y VENGA HASTA LUEGO. No he desayunao mejor en mi vida.

En fin, sigamos con el plan del día:

  • 08:30 – Desayunar.
  • 09:00 – Currar un ratico. A veces en el huerto de Orlando, otras con lo que tenía plantado en torno a las tiendas de campaña del camping.
  • 10:30 – Descansar. No se puede trabajar tanto, no pue ser bueno. Un ratito de playa.
  • 11:30 – Preparar la comida.

Y después de comer, libertad. Leer, tocar el ukelele, echarse una siestica, volver a leer, otro ratico de playa,… y, si había cuerpo de fiesta, el lugar de encuentro de los vecinos: el billar.

Y así pasaban los días.

Hasta que un buen día Orlando me pidió que cortarse unas verduras en juliana…

… que íbamos a hacer leche de coco pa cocinarlas.

Que íbamos a hacer leche de coco. Nosotros. Leche de coco. Morí de amor.

Nota: si alguna vez habéis hecho leche de coco o sabéis cómo se hace, entonces os podéis saltar todo lo que viene hasta que volváis a ver palmeras y playa.

Bien, para hacer leche de coco solo hacen falta tres cosas:

  • Cocos caribeños recién cogidos del cocotero.
  • Un raspador de carne de coco tradicional costeño.
  • Un machete.

Fácil. Yo de verdad no sé cómo no llevamos 300 años haciendo leche de coco en Graná…

Empecemos: los cocos.

Recién cortados del cocotero por Orlando. Por cierto, esto es un coco ya pelado. Que igual esto es una obviedad, pero yo pensaba que los cocos eran así tal cual como en la foto. Vaya, que estaban así en el árbol, y no. Ni de lejos. Tienen una peaso de corteza exterior más grande que un melón.

Bueno, pues una vez pelados se les hace una incisión pa sacarles el agua, que es mejor colar para que dure un par de días en el frigo (aunque está tan rica que no suele llegar al frigo).

Una vez vacíos, se abren. Se usa un machete por el lado romo, el que no corta. Se les golpea con muy mala leche en el centro, girando el coco para que vaya recibiendo hostias bien dás por todo su perímetro.

Y finalmente, el coco cede.

¿Se puede ser más bonito?

Ahora viene lo menos divertido: hay que sacarle la chicha al coco. Para eso se usa un raspador que se hace girar con una manivela.

Yo le vi muchas lagunas al sistema, coño lo enganchas a un taladro y tardamos 10 minutos en raspar el saco de cocos, Orlando. De verdad…

Bueno, una vez tienes to la chicha del coco solamente hay que meterla en la licuadora con agua tibia, tirando a calentita.

Se cuela…

… et voilà! leche de coco casera.

Me bebí una tacita a pelo, exquisita. Guardamos una olla entera para luego y el resto, pa las verduras.

Flipas.

La mitad de la leche restante Orlando la puso a cocer a fuego lento. Tras mucho rato, el agua se había evaporado y solo quedaba un residuo sólido oscuro y un líquido transparente. Yo no sé por qué no me lo imaginaba, pero ese líquido era aceite de coco. Una minúscula porción, ahora entiendo por qué es tan caro.

Pero aquí se utiliza to. El residuo sólido se cocina con arroz y el resultado es el famoso arroz con coco colombiano. Otra delicia, y ya van…

Pues nada, así pasé una semana. Sin Internet, ayudando en el huerto, yendo a la playita, yaciendo en la hamaca, siendo acribillado por los mosquitos y comiendo como un rey. Con mis amigas las gallinas deambulando por ahí…

… (nuestra fuente de huevos veganos, gallinas libres andando por el pueblo y volviendo a casa a dormir), y con la visita frecuente de los kogui, pero de eso hablaré en la segunda parte.

Una aventurilla de

Rayito

Buritaca, cojámola suave Comment

  1. jajajaja, llevo retraso en contestar…bastante retraso, pero no me impide querer hacerlo. Espero Edén, que no se te ocurriera ni tan siquiera mencionar a Orlando tu idea de vaciar los cocos con un taladro. ¡Qué poco sensible a las tradiciones! jajaja
    Me encanta!

    Eva

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