Las visitas de los kogui eran habituales, pero no por ello poco inquietantes. Impacta mucho tener cerca a un descendiente de los taironas.

En mis primeros días en Buritaca, la única referencia que tuve sobre el pueblo kogui eran los cuadros que Orlando tenía en la casa.

Le pregunté un par de veces por ellos, aunque no me contó gran cosa. Pude saber que son uno de los pueblos indígenas que habitan Sierra Nevada, que son descendientes de los taironas (un pueblo ya extinto, al estilo de los incas, mayas y aztecas), que hablan su propia lengua y que tienen poco contacto con los demás colombianos, si acaso cuando bajan a los pueblos y ciudades a vender cacao y panela.

Un día, mientras yo terminaba de desayunar, entró en casa una familia kogui.

Intenté hablar un poco con ellos, pero no hubo suerte.

Son gente difícil. Nos ven como extraños que, de una forma u otra, vamos poco a poco destruyendo su hogar y dejándoles sin recursos. La realidad es que los 10.000 koguis que habitan la sierra tienen sistemas muy estrictos para talar y plantar, y les ha funcionado hasta ahora.

Los kogui pertenecen a ese tipo de culturas indígenas que viven y actúan en base a unos principios, unas leyes que buscan preservar la Madre Tierra y, de esa manera, asegurar su propia supervivencia.

Me intrigó mucho la historia de este pueblo, me quedé con las ganas de saber más de ellos. De hecho, si no hubiese sido por la falta de dinero, me habría encantado ir a la Ciudad Perdida de sus antepasados taironas. Me queda pendiente para una próxima visita a Colombia.

Lo que sí podía visitar era el Parque Tayrona, así que una semana después de mi llegada a Buritaca decidí escaparme al parque, terminando así mi voluntariado.

Pero claro… qué español va a un lugar y no cocina una tortilla de patatas. Orlando casi me obligó, y yo accedí encantao de la vida:

Ni más ni menos que 3 tortillacas de papas, unos 30 huevos o así. Cómo las gozaron, tanto los guiris como Orlando y su familia.

Y bueno, finalmente recompuse la mochila, la guardé en un rincón y cogí lo necesario para ir al parque, dormir en Santa Marta, volver al día siguiente a por la mochila y marcharme a Cartagena.

La entrada al parque no me gustó, parecía muy parque de atracciones. Por suerte todo cambia cuando empiezas a adentrarte y te encuentras con la naturaleza salvaje del Tayrona.

Hace un calor extremo y muchísima humedad, por no hablar de los mosquitos, pero en gran parte del trayecto la profunda vegetación te protege del sol, lo cual se agradece.

Cuando se empieza a llegar a las zonas de ríos y playa, los avisos se hacen frecuentes:

No se cruza un río igual sabiendo que hay caimanes cerca, ya os lo digo yo. Otras playas, además, tienen corrientes peligrosas y no son aptas para bañarse. Te lo advierten de una forma un tanto poco ortodoxa…

Igual ya se han ahogado más de 200 personas, pero el cartel está tallao en madera y dudo que nadie vaya a cambiarlo.

Total, que tras dos horas de caminar por jungla y playa decidí no hacer parte de esas estadísticas y me fui a la playa más famosa, la de Cabo San Juan.

A Iúeks le flipó…

… ¡y a mí también!

Esa noche dormí en Santa Marta como un enano, sin duda andar cuatro horas por esa maravilla de la naturaleza que es el Tayrona, comerme un arroz con coco y tirarme en la playa a tostarme me había dejao listo. A la mañana siguiente, muy temprano, volví a Buritaca a por mis cosas.

Orlando me invitó a desayunar, mandó a los voluntarios a trabajar y se quedó un rato conmigo a charlar.

Solo había sido una semana, pero tan intensa que esa casa se había convertido en mi hogar.

Las últimas noches las había pasado charlando con Orlando sobre la vida, lo importante, lo prescindible, lo que nos hace felices, lo que nos genera problemas, ansiedad, infelicidad.

Orlando, que en su juventud emigró a Francia y trabajó de cocinero, camarero y cualquier cosa que le surgía, pasó varios años viajando por Europa y Asia hasta que notó que necesitaba volver a su tierra. Volvió a Bogotá y se dio cuenta de que tampoco era eso lo que quería, entonces se marchó a la costa. Allí conoció a María y entonces sí, entonces encontró su lugar en el mundo.

Mati, el menor de sus hijos y el único que vive en Buritaca, es un ejemplo de niño feliz. Activo, travieso, juguetón. Mati no va a ir al colegio, al igual que sus hermanos. María se encarga de enseñarle en casa. Sus hermanos están ahora en la Universidad de Bogotá y les va bien, así que parece ser que el sistema les funciona.

La sonrisa de Mati es como la de su padre. Esa noche, después de ver el documental sobre el Nobel de García Márquez, charlamos durante varias horas. Con una sonrisa en la cara me decía que la vida es pa vivirla. Que, como dicen los costeños, hay que cogerla suave, es decir, no tener prisa.

Estamos muy acostumbrados a ver mierdas de estas por Facebook, pero cuando un hombre con vida y mundo a sus espaldas te dice, predicando desde el ejemplo, que la vida es pa vivirla… ay, ahí te llega. Te llega porque ves que el cabrón es feliz, feliz de verdad, y tú todavía estás intentando entender cómo se hace eso.

En Buritaca terminé la primera canción del viaje y, tras esa conversación con Orlando, empecé la segunda.

Sé que me pongo emotivo y trascendental de más con estas cosas, que apenas pasé una semana allí, pero María, Mati y Orlando se convirtieron en una familia y juro que aprendí en esa semana más que en muchos meses.

De cómo se puede ser feliz con tan poco.

De cómo igual nos hemos equivocado en Europa, en ese mundo que llamamos «desarrollado».

De cómo el ahora, el hoy, no tiene ningún valor en nuestra cultura, obsesionada con el porvenir, el futuro, el «día de mañana».

Orlando le dice «te amo, mami» todos los días a María. Porque, según él, hay que quererse hoy, que mañana quién sabe si estaremos aquí.

Pues eso. Cojámola suave, mami.

Una aventurilla de

Rayito

3 Comments

  1. Lo prescindible, lo imprescindible, lo real lo adornado, el hoy, el mañana, la felilicidad, lo instantáneo…. qué palabros, ¿no? ¿Acaso entendemos su significado más allá de debatirlos? Qué importante labor te espera a tu vuelta…

    Sé feliz 😉

    Alegna
  2. Sabes??consigues hacerme reflexionar sobre cómo llevar mi día a día, estoy contigo en intentar valorar lo que de verdad importa y llena mi vida y sobre lo que creemos que necesitamos y no lo es tanto,deseo de corazón que ésta experiencia te ayude a disfrutar de tu vida y a valorarla,sigue quedándote con lo bueno de esas gentes y de esas tierras, besos rey!!!!te quiero!!!

    Toñi
  3. Ohhh, qué preciosidad.
    Nadie debería pasar por la vida sin toparse con un Orlando y una María. Es tan poderoso el valor que cada uno le otorga a su vida, como el valor que le debería otorgar a su otra posible manera de vivir, pero no todos somos capaces de asumir riesgos y salir de la comodísima zona donde nos sentimos seguros. Creo que todos tenemos dos vidas: una la que vivimos y otra, la que desearíamos vivir.
    ¡Vivan los valientes!

    Eva

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