Paraísos hay muchos en la Tierra, pero pocos tan desconocidos como el archipiélago que habita el pueblo guna.
Yo pensaba que de Medellín a Panamá habría algún bus de estos nocturnos, de 14 horas o así. Lo juro. Como seguro que lo creeríais cualquiera, que en Geografía de Latinoamérica suspendemos todos.
Cuando estaba planificando mi viaje, allá por enero, llegó un momento en que tuve que buscar cómo cruzar de Colombia a Panamá y como Medellín está relativamente cerca de la frontera (y yo pensaba que estaría en Medellín), busqué un bus. No había. Nada, ni rastro.
Busqué en Google Maps la ruta entre Medellín y Ciudad de Panamá y… bueno, os invito a que probéis.
Entonces busqué directamente en Google «Cómo cruzar de Colombia a Panamá» y no creerás lo que pasó a continuación.
Os invito a que leáis ese interesante artículo en el que se relata cómo Alejandro Millán y Camilo Estrada cruzaron la susodicha frontera de Colombia con Panamá atravesando el Darién.
En resumen: ir por tierra no es una opción. Hay que volar o ir por mar. La clásica opción por mar es ir en velero desde Cartagena, bastante caro; pero en esas ofertas ya hablaban de San Blas, un archipiélago paradisíaco en el que los veleros paraban para disfrutar de alguna de sus islas de arena blanca.
Me decidí, pues, a cruzar en velero como expliqué en la primera entrada del blog. Y como ha sido costumbre en este viaje, cambié de planes cuando descubrí (gracias a Sergio) que una empresa llamada San Blas Adventures te llevaba desde la frontera hasta Panamá en lanchas, durmiendo en tres islas distintas y pasando el día en otras cuatro. PLANASO.
Así que, todavía en Cartagena, empezó la preparación:
- Sacar del banco 1.800.000 pesos colombianos, 3/4 de los cuales convertiría a dólares americanos.
- Comprar bolsas de congelar para guardar documentos y aparatos electrónicos.
- Tomar un bus a Necocli. Pasar la noche y meter la mochila en una bolsa de plástico para la lancha. Llegar a Capurganá.
- Encontrarse con los guías, pagar, sellar la salida de Colombia en migración y tomar un lancha a Sapzurro.
Finalmente, desde Sapzurro empieza el tour.
Se pasa por migración de entrada en Panamá (Puerto Obaldía), la isla de Atidub, el pueblo de Caledonia, la isla Pelícano I, Tupile, isla Pelícano II, Cocobandera y finalmente el puerto de Cartí desde donde unos jeeps te llevan a Ciudad de Panamá.
Ahora, no voy a contar mi experiencia como cliente ya que tuve mala suerte y no fue la mejor; pero las islas me enamoraron y descubrí que la cultura del pueblo guna era apasionante, así que decidí ofrecerme para trabajar como voluntario.
Tuve una entrevista y me cogieron, mi simpatía no conoce límites. Tuve que esperar dos semanas en el hostal Mamallena hasta empezar con mi guía, Svea, lo cual fue desesperante; pero me sirvió para construir una relación con el staff que posteriormente me salvaría la BIDA.
Así que hablemos de mi mes y medio como voluntario de San Blas Adventures.
Los tours comienzan dos días antes con la compra de comida. La comida es muy importante para esta gente, se cocinan menús muy potentes, y eso requiere MUCHA materia prima…
He ahí una de las CINCO compras que había que hacer.
El segundo día tiene lugar el briefing con los clientes, la reunión informativa.
Ahí Lena explicando a los clientes cómo va la movida.
Para estos días (y los de descanso) teníamos un apartamento en Capurganá, Colombia, y otro en Ciudad de Panamá.
Y finalmente… ¡A LAS ISLAS!
Nuestra tripulación constaba siempre de una guía guna, aquí Deydamia y servidor:
Y esta era nuestra montura:
Las lanchas guna se convierten en un segundo hogar (uno no muy cómodo, eso sí).
El primero eran las cabañas en las islas. Aquí nuestra cabaña en Cocobandera:
Como podéis ver, el agua llega a la entrada. Es más, cuando sube la marea (especialmente por las noches), el agua… ¡llega a las hamacas!
Perdonad la calidad pero esa foto está hecha de madrugada, en una de mis típicas salidas a mear. A mear en el mar, claro.
Porque lo ¿mejor? de pasar tanto tiempo en las islas es acostumbrarse a vivir como los gunas. Dormir en hamacas, bañarse con un barreño de agua y medio coco a modo de cazo, y por supuesto… hacer las necesidades directamente en el mar.
Sí, eso es un váter guna y lo que hay abajito, lindos pececitos. Peces que literalmente adoran todo lo que sale de nuestro cuerpo. TODO.
Al estilo de vida guna hay que sumarle el hecho de que la ropa seca es casi una utopía. Hay que acostumbrarse a vivir y dormir con ropa húmeda, a tener siempre arena en las piernas y el pelo estropajoso, y a mezclar esa arena con aceite de coco pa defenderse de las moscas de arena.
Los tours, además, eran duros, no voy a mentir. Hay que madrugar y te pasas el día cocinando y fregando (para comidas y cenas empezábamos con dos horas de antelación).
Si combinas todas las «incomodidades» (desde una óptica occidental) con las largas horas de trabajo, el resultado es una experiencia complicá. Mi primer tour fue de locura, con la guía enferma, yo cocinando todo y un tormentazo.
Pero sarna con gusto ya se sabe y ningún trabajo es suficientemente duro cuando llegas a Caledonia y te reciben Abigail y sus amigos.
Los niños gunas son una explosión de energía y cariño. No se me ocurre mejor descripción.
Los adultos, por su parte, son orgullo y cercanía. De ellos aprendí la historia de Guna Yala, sus costumbres y su forma de vida.
Esa cura de humildad se complementa con la sensación de agradecimiento por abrirnos las puertas a un paraíso en extinción. La mayoría de las islas están desapareciendo por la subida del nivel del mar.
Los guna luchan contra esto ampliando las islas con bases de coral muerto y construcciones elevadas, pero…
… Isla Pelícano y tantas otras simplemente no estarán ahí cuando mis hijos tengan edad de visitarlas.
Esta pena tuve que ahogarla con un Rioja en mi bíblica última cena en Cocobandera:
Malo con rabia. Esa noche miré con especial asombro las tormentas sobre el Darién.
También pude bañarme entre plancton bioluminescente, pero de eso fue imposible conseguir fotos.
Guna Yala fue un punto de inflexión en el viaje y en mi vida.
En la próxima entrada os hablaré de los gunas. Su historia, su lengua, su revolución, su orgullo cultural y lo que aprendí de ellos.
Porque del paraíso se disfruta, pero de sus habitantes se aprende.